Germán Rey
Tanto el concepto de desarrollo socioeconómico, como el de cultura, se están transformando profundamente. El primero ha derivado hacia la versión más actual del desarrollo humano, después de transitar un camino en que se le concedió una exagerada importancia al crecimiento económico y a la asimilación de modelos casi siempre impuestos desde afuera. El segundo, se ha apartado de su asimilación a las bellas artes, las humanidades y el folclore, para ampliarse hacia otras expresiones como las industrias creativas, las nuevas tecnologías, la producción de sentido de sectores sociales emergentes o los movimientos socioculturales.
De la idea de desarrollo como bajo nivel de ahorro o como necesidad de impulso externo para el despegue, se pasó a su comprensión como un proceso de ampliación progresiva de capacidades productivas cuyo logro fundamental era lograr la mayor tasa de crecimiento económico. El concepto del desarrollo humano, por el contrario, subraya la ampliación progresiva de las oportunidades y capacidades de las personas, individual y colectivamente consideradas, como un modo de hacer posible la libertad efectiva de las personas y por tanto, una vía para consolidar sus derechos. El desarrollo dejó así, un enfoque economicista, para adoptar un enfoque de complejidad y multidimensionalidad. Como lo recuerda José Antonio Alonso, el desarrollo comprende, entonces, crecimiento económico socialmente equilibrado, construcción de la equidad social, respeto a la sostenibilidad ambiental, defensa de los derechos humanos, la democracia y la participación social y promoción del diálogo cultural.
De la cultura como barrera del desarrollo, se avanzó a la cultura como factor y de allí, a la cultura como dimensión y finalidad del desarrollo. En el pensamiento de la UNESCO y del PNUD, para citar solo las modificaciones del que se han producido en los organismos internacionales, se confirma esta evolución de las relaciones entre cultura y desarrollo.
La vinculación de la cultura con el desarrollo socioeconómico puede verse, por lo menos, desde seis perspectivas.
La primera perspectiva es el impacto de la cultura en la economía. Existe una economía que tiene como centro a la creación, manifestada a través de diversas expresiones, desde las industrias culturales, hasta las nuevas tecnologías. Atrás van quedando las concepciones de la cultura como gasto o como lujo, y se acentúan sus posibilidades como inversión rentable, tanto económica como socialmente.
El encuentro entre cultura, tecnologías e industrialización, permitió que la creatividad ocupara uno de los centros de interés de la economía, puesto que muy rápidamente formó parte del centro de las actividades cotidianas de la gente. Las capacidades de producción, la maleabilidad a la convergencia de medios, el aumento de la oferta cultural, su inscripción en diversos soportes tecnológicos (desde la escritura hasta lo digital), las transformaciones de las prácticas sociales del consumo que se fueron expandiendo globalmente, son todas causas del auge de la denominada “economía creativa”.
Las industrias culturales o creativas,1 forman “un sector que conjuga la creación, la producción y la comercialización de bienes y servicios en los cuales, la particularidad reside en la inteligibilidad de sus contenidos de carácter cultural…” afirma la UNESCO. Los productos de estas industrias de la creación no son simples mercancías. Tienen una naturaleza social y cultural, que influye en la cohesión social, las identidades, la interculturalidad, el fortalecimiento de la democracia o la participación social.
Hoy en día, las industrias creativas aportan cerca de un 7% al producto interior bruto (PIB) mundial.2 Entre 1994 y 2002, el comercio de bienes y servicios culturales, pasó de 39,3 millardos de dólares a 59,2 millardos de dólares. Las naciones en vías de desarrollo, participan con un poco menos del 1% de las exportaciones de bienes culturales, mientras que la región del mundo en el que se ha dado un mayor crecimiento de las industrias culturales, es Asía, sobre todo por el desarrollo que han tenido los países del sudeste asiático en artes audiovisuales y videojuegos.
Ernesto Piedras estima que las industrias de derecho de autor en México representaron en 1998, un 6,70% del PIB, incluyendo el total de las IPDA, legales, ilegales e informales.3 En Argentina se estimó un 6,6% de participación de las industrias creativas en el PIB en 1993, en Brasil, un 6,7% en 1998, en Chile un 2,8%, en Uruguay un 6,0% del PIB, en 1998, si se incluyen los servicios de telecomunicaciones y un 3,0%, sin ellos, en Paraguay un 1,0%, en 1998 y en Colombia, un 2,1%, en el 2001.
Existen algunas tendencias preocupantes como la fragilidad de las infraestructuras de producción de las industrias creativas en los países pobres, la hegemonía de los Estados Unidos y la Unión Europea en campos como la industria audiovisual, las nuevas tecnologías y la industria editorial, las diferencias intraregionales entre países con mayores oportunidades y países con menores posibilidades de producción simbólica en Asia, África y América latina, las condiciones desiguales que se han acentuado al interior de la Organización Mundial de Comercio y en los Tratados de libre comercio, especialmente con los Estados Unidos, los problemas para distribuir adecuadamente la producción local, la brecha digital aún muy acentuada y el predominio estadounidense en la circulación de bienes simbólicos dentro de sociedades periféricas.
A lo que se pueden agregar la debilidad de las políticas culturales nacionales, el acaparamiento monopólico de áreas culturales por parte de grandes empresas nacionales o transnacionales, la ausencia de promoción de la creatividad local o su asimilación a exigencias comerciales y de los mercados. Todas tendencias que confirman las asimetrías que existen en el campo cultural y que son un serio peligro para la diversidad cultural y el pluralismo en el mundo.
Una segunda perspectiva es la articulación creciente de la cultura con procesos de desarrollo local y regional. El aporte de la cultura al desarrollo socioeconómico va más allá de las “cuentas nacionales” o de las lógicas masivas e industriales. Hay un denso tejido de experiencias/procesos, que relacionan a la cultura con el desarrollo local, y que tienen actores, lógicas y formas de funcionamiento diferentes a las de las industrias creativas. Muchas de estas experiencias permanecen dentro de una zona de invisibilidad social y se resisten a su inscripción dentro de la red de la institucionalidad cultural estatal o privada y ciertamente comercial.
De estas experiencias participan expresiones culturales que no tienen circuitos comerciales tan expandidos (ej. teatro, danza, coros, productores de video, músicas populares o bandas de rock, grafitteros, etc) son gestionadas por actores/grupos comunitarios, están vinculadas con procesos sociales/políticos (identidades, convivencia, reconocimiento, inclusión), incorporan en la producción a sectores de la sociedad (mujeres, niños, niñas y jóvenes) y promueven resonancias con las dinámicas y expresiones culturales propias. Tienen, además, formas de sostenibilidad particulares y establecen relaciones con el estado local, organizaciones internacionales y de cooperación y organizaciones de la sociedad..
Por lo general son experiencias sin ánimo de lucro y algunas se inscriben dentro de campos culturales comerciales, menos masivos y serializados, pero con otros alcances, organización, y participación comunitaria. Entre ellas están las radios y televisiones comunitarias y los medios locales. A la vez que recuperan tradiciones locales son también elementos de innovación y modernidad.
Una dimensión importante de algunas de estas experiencias es la relación que generan entre cultura y convivencia en zonas con altos índices de violencia.
Una tercera perspectiva es la integración de la cultura con otras áreas del desarrollo. Si la cultura se ha afirmado como parte central del desarrollo, también es cada vez mayor el reconocimiento de su importancia para la gestión de otros programas de desarrollo, por ejemplo de salud, formas productivas, fortalecimiento institucional.
Hay una mayor conciencia sobre la tarea que tiene la cultura (creencias, valores, formas de representación, imaginarios) en la apropiación por parte de las comunidades de procesos y proyectos de desarrollo, muy diferente a las épocas “desarrollistas” en que los grupos sociales eran mas usuarios, que sujetos activos de su propio desarrollo. Los proyectos ahora se diseñan con una atención mayor a los contextos y las historias culturales de las comunidades, sea para desarrollar nuevos cultivos, construir una hidroeléctrica o edificar un barrio de vivienda popular.
Una cuarta perspectiva es la vinculación de la cultura con procesos de responsabilidad social empresarial. Ha ido creciendo la importancia de la responsabilidad social de las empresas, más allá de su tarea de generación de trabajo o el pago de impuestos, transformándose una visión centrada en la filantropía hacia otra fundamentada en la responsabilidad.
Una quinta perspectiva es la generación de una “cultura” (producción/circulación de significados) sobre el desarrollo en las sociedades. Existen unas percepciones e imaginarios sociales sobre el desarrollo, que se construyen a partir de las experiencias directas como mediante las representaciones que, por ejemplo, los medios hacen del desarrollo.
Finalmente, una sexta perspectiva, es la de las comunidades y movimientos socioculturales que se resisten activamente a inscribir a la cultura dentro de la concepción occidental de desarrollo.
Todas estas perspectivas hacen de las relaciones entre cultura y desarrollo, un campo de conocimiento y de acción, tan importante como sugestivo.
1 El autor prepara un libro sobre “Industrias culturales, creatividad y desarrollo” para la colección de Cultura y Desarrollo de la AECI. Además ha escrito un capítulo del libro que publicará el Instituto Cervantes en Madrid sobre el valor económico del español, titulado “Las industrias culturales en español” (2007).
2 Los datos fueron tomados básicamente del documento del Instituto de Estadísticas de la UNESCO, titulado, “Échanges internationaux d’ une sélection de biens et services culturels, 1994-2003”, Montreal: UNESCO, 2005. También se consultaron trabajos del proyecto de Cultura y Desarrollo del CAB-AECI y del Observatorio de Industrias Culturales de la ciudad de Buenos Aires, además de otras fuentes que se especifican más adelante.
3 Ernesto Piedras, ¿Cuánto vale la cultura? , México: CONACULTA, 2004, página 68
Extraído de http://contraste.unitecnologica.edu.co/es/edicion18/art4
lunes, 21 de septiembre de 2009
CULTURA Y DESARROLLO. Seis perspectivas de análisis
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2 comentarios:
Hola he visto que has cogido un artículo de mi blog. Me gustaría saber quién eres. No hay ningún problema en que lo cojas, claro está que es copyleft.
Salud!
cuál es el artículo??? igualmente desde ya muchas gracias..., aunque siempre cito la fuente...saludos
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