jueves, 28 de mayo de 2009

El público puede luchar y vencer a la televisión: Umberto Eco

Ya que estamos dando en Investigación a Umberto Eco y su trabajo: "El público puede perjudicar a la Televisión", dejo esta nota escrita por Eco, en referencia al 11-M en dónde retoma los conceptos vertidos en el ensayo etudiado en clase.
Espero que sirva.
Saludos


El público puede luchar y vencer a la televisión

El escritor italiano ofrece en este artículo su visión sobre los acontecimientos del 11-M e invita a los ciudadanos a reflexionar sobre los mensajes masivos

UMBERTO ECO

Me llama desde Madrid el colega y amigo Jorge Lozano, que enseña Semiótica y Teoría de la Comunicación en la Universidad Complutense.Me dice: «¿Viste lo que pasó en Madrid? Confirma todo lo que escribiste en los años 60. Les estoy haciendo releer a mis alumnos aquellas comunicaciones que, junto a Paolo Fabri, Pier Paolo Giglioli y otros, pronunciasteis en Perugia en 1965, así como tu intervención en Nueva York de 1957 sobre la guerrilla semiológica y tu ensayo de 1973 A la televisión le sienta mal el público.Ahí está ya todo escrito».

Es un placer ser considerado un profeta. Pero le contesté a Jorge Lozano que entonces no estábamos haciendo profecía. Sólo subrayábamos las tendencias que ya estaban actuando.

«Está bien, está bien», replica Lozano. «Pero los únicos que no leyeron esas cosas fueron los propios políticos». Puede ser.La verdad es que, en los años 60 y primeros de los 70 se decía en muchos sitios que ciertamente la televisión (y en general, los medios de comunicación de masas) son un instrumento potentísimo, capaz de controlar lo que entonces se llamaban «mensajes», y que, analizando dichos mensajes, se podía ver cómo influían en las opiniones de los usuarios e incluso cómo forjaban sus conciencias.

Pero también se observaba que lo que los mensajes intencionadamente decían no era necesariamente lo que el público entendía. Con ejemplos banales como éstos: las imágenes de un desfile de vacas son leídas de una forma diferente por un carnicero europeo o por un brahmán hindú; la publicidad de un Jaguar despierta el deseo en un espectador pudiente y sentimientos de frustración en un desheredado. En definitiva, un mensaje intenta producir ciertos efectos, pero puede encontrarse con situaciones locales, disposiciones psicológicas, deseos o miedos y, entonces, surge el efecto boomerang.

Esto fue lo que pasó en España. Los mensajes gubernamentales querían decir: «Créannos, el atentado es obra de ETA». Pero, precisamente porque dichos mensajes eran tan insistentes y presionaban tanto, la mayoría de los usuarios de los medios pensó que lo que les estaba diciendo el Gobierno era: «Tengo miedo de decir que fue Al Qaeda».

En esta dinámica se insertó el segundo fenómeno, que, en aquella época, se definía como «guerrilla semiológica». Se decía: si alguien tiene el control de la televisión, no puede ocupar la primera silla delante de las cámaras, sino que tiene que ocupar la primera silla delante de cada televisor.

Es decir, la guerrilla semiológica debía consistir en una serie de intervenciones realizadas no en el lugar de donde parte el mensaje, sino en el sitio adonde llega, induciendo a los espectadores a discutirlo, a criticarlo y a no recibirlo pasivamente.

En los años 60, esta guerrilla era concebida de una forma todavía más arcaica, como una operación de reparto de octavillas, de organización de telefórum siguiendo el modelo del cinefórum, o de intervenciones en los bares donde todavía se reunía mucha gente en torno al único televisor del barrio.

Lo que ha dado un tono y una eficacia muy diferente a esta guerrilla en España es que vivimos en la época de Internet y de los teléfonos móviles. La guerrilla no estuvo, pues, organizada por grupos de elite, por cualquier tipo de activistas, por una punta de lanza, sino que se desarrolló espontáneamente, como una especie de tam tam, de transmisión boca a boca, de ciudadano a ciudadano.

Lo que puso en crisis al Gobierno Aznar, me dice Lozano, fue un torbellino, un flujo extraordinario de comunicaciones privadas que alcanzó dimensiones de fenómeno colectivo. La gente se movió.La gente miraba la tele y leía los periódicos, pero, al mismo tiempo, cada cual se comunicaba con los demás y se preguntaba si lo que estaban diciendo los medios de comunicación era cierto.Internet permitía también leer los periódicos extranjeros y, de ahí, que las noticias fuesen contrastadas y confrontadas.

En pocas horas se formó una corriente de opinión que no pensaba ni decía lo que la televisión quería hacerla pensar. Fue un fenómeno extraordinario, me repetía Lozano. El público puede realmente hacer frente a la tele y vencerla con el «¡no pasarán!».

Cuando hace unas semanas sugería en un debate que si la televisión está controlada por un solo amo una campaña electoral pude hacerse con hombres-sandwiches que recorran las calles contando a la gente las cosas que la televisión no dice, no estaba enunciando una propuesta divertida.

Pensaba realmente en los infinitos canales alternativos que el mundo de la comunicación pone a nuestra disposición. Se puede contrarrestar una información controlada incluso por medio de los móviles, utilizados para algo más que la simple transmisión del «te quiero».

Ante el entusiasmo de mi amigo español, le respondí que quizás en Italia los medios de comunicación alternativos no estén todavía demasiado desarrollados, dado que se hace política (más que política, tragedia), ocupando un estadio e interrumpiendo un partido. Y que, en Italia, los posibles autores de una guerrilla semiológica están empeñados en luchar entre sí en vez de luchar contra la tele. En cualquier caso, la lección española es digna de ser meditada.

Extraído de http://www.elmundo.es/papel/2004/04/16/cultura/1622739.html

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