domingo, 3 de agosto de 2008

Comunicación: Un poco de Lengua

Semiótica

Los conocimientos genéricos sobre el lenguaje se inscriben en el ámbito de la teoría general de los signos, que suele adoptar el nombre de semiótica. La semiótica es la disciplina que estudia los elementos representativos en el proceso de comunicación. Aunque el término ya aparece utilizado por Aristóteles, la disciplina nace en los tiempos modernos con los trabajos de Ferdinand de Saussure (1857-1913), padre de la actual lingüística. Sostenía este pensador que la lingüística debía ser parte de una ciencia más amplia, que describía como “una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social”. Trabajos posteriores han relacionado esta disciplina con otras ciencias sociales, tales como la antropología (Claude Lévi‑Strauss), o la psicología (Jacques Lacan), o con sistemas sígnicos como la expresión literaria o la moda (Roland Barthés).

Pero nuestros fines conciernen al lenguaje de la ciencia, por lo que dirigiremos la atención en particular al lenguaje natural oral y escrito. Examinaremos pues, básicamente, los temas que estudia la lingüística.

Lingüística

Como se ha visto, Saussure consideraba a la ligüística como una parte de la semiótica. La lingüística es la disciplina que estudia los lenguajes naturales. “Está constituida – dice saussere- en primer lugar por todas las manifestaciones del lenguaje humano, ya se trate de pueblos salvajes o de naciones civilizadas, de épocas arcaicas, clásicas o decadentes, teniendo en cuenta, en cada período, no solamente el lenguaje correcto y la `lengua cul­ta' sino todas las formas de expresión.

La lingüística que ya era una ciencia desarrollada al originarse la semiótica, proporcionó a ésta su metodología y parte de sus teorías, según ahora veremos.

Lengua y habla. Sincronía y diacronía

De la lingüística provienen estos cuatro conceptos, que fueron recogidos por Saussere. El pensador suizo dividía el concepto de lenguaje en dos partes:

a) La lengua. La lengua es el sistema de signos (y de reglas para su uso) que sirve a una comunidad lingüística. “ Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias, adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de dicha facultad por los individuos. La lengua es sistemática, y forma parte de las pautas sociales, como código aceptado normalmente por cierto grupo. A ella nos referimos, por ejemplo, cuando hablamos de la gramática de un idioma, y sobre ella nos informan también los diccionarios. El emisor de un mensaje que quiera ser comprendido por receptores de una determinada comunidad lingüística debe codificarlo a través de la lengua a que ésta corresponda.

b) El habla. Es el acto individual a través del cual la lengua se manifiesta, el acto que la pone en acción. Si la lengua se halla en potencia en cualquier hablante (en la medida de que este participe de cierto código aceptado), sólo puede exteriorizarse por medio del acto individual de emitir un mensaje, así como la suma de conocimientos que componen la medicina se pone en movimiento en la conducta del galeno frente a un paciente concreto.

Saussure comparaba la lengua con una pieza musical (una sinfonía, por ejemplo), y el habla con un acto de ejecución de la partitura. El símil musical, empero, sería más exacto si comparáramos la lengua con una determi­nada escala musical y con las reglas de composición aceptadas en un mo­mento dado, y el habla con el acto de ejecución de una pieza compuesta sobre esta base.

El examen de una lengua admite dos enfoques. Uno de ellos, el sincrónico, es el que observa la lengua desde el punto de vista estático. Consiste en hacer un corte temporal, como si se tomara una fotografía, y determinar las pautas que en ese momento componen la lengua aceptada por la comunidad lingüística. Con ellas se puede confeccionar una gramática y compilar un diccionario. El enfoque diacrónico (o dinámico), en cambio, es el que examina la evolución de la lengua a través del tiempo: el modo en que se modifican paulatinamente los significados de las palabras, aparecen nuevos vocablos y otros se tornan arcaicos, la construcción gramatical va cambiando sus reglas y aun el estilo con que se habla y se escribe se modifica a lo largo de los siglos. El enfoque diacrónico permite destacar la relación que vincula a la lengua con el habla, relación que en el enfoque sincrónico no se advierte. La lengua se manifiesta a través de actos individuales de habla, y evoluciona también a través de ellos a medida que tales actos son cumplidos por un gran número de hablantes. Si un hablante se expresa en una forma no prevista por la lengua, diremos que habla incorrectamen­te. Si existe un grupo considerable que se expresa de ese modo, veremos la variación del código como un dialecto de la lengua en cuestión. Si el grupo llega a ser tan grande que abarca a la mayoría de la comunidad lingüística (o de su sector de mayor prestigio cultural), se produce un cambio en la len­gua, y lo que al principio era incorrecto pasa a ser paradigma del bien decir.

La importancia de los conceptos de lengua y habla, de sincronía y diacronía, excede los límites de la semiótica, ya que pueden aplicarse analó­gicamente en el estudio de cualquier sistema dinámico. Así, Lévi‑Strauss los utilizó en antropología para examinar las estructuras de parentesco: En biología, a su vez, se distingue el genotipo (o tipo biológico ideal, el que po­see las características que definen la especie) del fenotipo (cada ser biológi­co individual), conceptos que se corresponden por analogía con los de len­gua y habla, respectivamente; y puede hacerse para cada especie un estu­dio sincrónico (una taxonomía, o clasificación de la especie en subespecies, variedades o razas, con sus correspondientes descripciones para un tiempo dado) o diacrónico (una teoría de la evolución de la especie a través del tiempo).

Niveles de lenguaje

Supongamos que queremos averiguar algo acerca de las ballenas, y re­currimos a un tratado de zoología. Seguramente no esperamos, al abrir el libro, que salga de él una ballena real dando coletazos entre chorros de agua. Nos sentiremos menos sorprendidos (y mucho más tranquilos) si hallamos en las páginas consultadas un conjunto de enunciados, expresa­dos en un lenguaje que conocemos, que describen la forma de la ballena, su ubicación en la clasificación general de los animales, sus características y sus costumbres. La zoología, pues, no contiene animales: contiene enun­ciados sobre animales.

Claro está que distinguir entre una ballena y el enunciado que la descri­be es tarea que no requiere un esfuerzo mental agotador. Pero las cosas se ponen más difíciles cuando no se trata ya de un zoólogo (que escribe en su lenguaje acerca de los animales), sino de un lingüista (que escribe en su len­guaje sobre un lenguaje). Y más aún si tal lingüista es, por ejemplo, un gra­mático de su propia lengua, que escribe en castellano acerca del castellano o en inglés acerca del inglés. Aquí los enunciados de los que se habla y los enunciados con los que se habla pueden incluso contener las mismas pa­labras, y así nuestro equivalente lingüístico de la ballena ya no puede reco­nocerse tan fácilmente por el modo en que salpica. Conviene, sin embargo, seguir distinguiendo entre el objeto y su descripción: cuando tanto el uno como la otra consisten en expresiones lingüísticas, decimos que estamos frente a dos niveles de lenguaje.

Cuando una investigación se realiza acerca de un lenguaje, llamamos a éste lenguaje objeto de la investigación, y el lenguaje en el cual los resultados de la investigación se formulan se llama metalenguaje. El gramático del que hablábamos describe las reglas de su idioma: el lenguaje objeto es el lenguaje natural cuyas reglas se describen, en tanto estas mismas reglas, enunciadas por el gramático, constituyen el metalenguaje (es decir, el len­guaje objeto hace las veces de ballena y las reglas gramaticales se aseme­jan a la descripción de las costumbres de la ballena)

En el lenguaje objeto hay palabras que hablan acerca de cosas, y en el metalenguaje hay palabras que hablan acerca de palabras. Si decimos “las hormigas tienen seis patas”, estaremos expresándonos en lenguaje objeto. Pero si decimos "la frase `las hormigas tienen seis patas' es una oración bien construida del idioma castellano", estaremos hablando en metalenguaje. Como puede verse, el uso de las comillas hace que los signos entre­comillados no se consideren según su referencia directa a objetos (en el ca­so, las hormigas y sus patas) sino como parte de un lenguaje objeto (es de­cir, se consideren en sí mismos un objeto).

Esta distinción tiene gran importancia, porque las reflexiones acerca del lenguaje expresadas en el mismo lenguaje (las autorreferencias lingüísti­cas) pueden conducir a paradojas.

El caso típico de dificultad provocada por ignorar este punto es la lla­mada "paradoja del mentiroso", que ya era conocida por los antiguos griegos. Una forma de expresarla es ésta: "todo lo que decimos en este libro es falso". Como este enunciado también está dicho en este libro, se convierte en una afirmación acerca de sí mismo. ¿Es verdadero o falso? Si es falso es verdadero, y si es verdadero resulta falso. Sabemos que seme­jante resultado es absurdo, pero ¿cómo escapar de este círculo autocontra­dictorio?

La noción de los niveles de lenguaje acude en nuestra ayuda, como si desde un helicóptero nos arrojaran una cuerda cuando estamos perdidos en un laberinto sin salida. Aceptar en el lenguaje objeto una proposición como la señalada (que enuncia sus propias condiciones de verdad) es inadmisible, ya que las condiciones de verdad de una proposición no corresponden al ni­vel del lenguaje objeto sino al del metalenguaje. Desde el metalenguaje (en el caso del ejemplo, desde fuera de este libro) podríamos decir: "todo lo que los autores escribieron en ese libro es falso". Esta proposición puede a su vez ser verdadera o falsa, pero no implica una autocontradicción como la anterior. Y, nuevamente, las condiciones de verdad de este enunciado me­talingüístico no pueden enunciarse en el mismo nivel, por lo que para hablar de ellas hará falta un segundo metalenguaje de nivel superior. La ca­dena de metalenguajes es infinita en teoría, pero en la práctica tres o cuatro niveles suelen ser suficientes.

Los niveles del lenguaje normativo

Como quiera que las normas se expresan en lenguaje, en un sistema normativo (el derecho, por ejemplo) pueden distinguirse también niveles lingüísticos. Las propias normas destinadas a imponer o a prohibir ciertas conductas constituyen el lenguaje objeto. ¿Y el metalenguaje? Existen dos clases de metalenguaje referido a las normas:

a) Metalenguaje prescriptivo. Hay normas que hablan acerca de normas. Un curioso ejemplo de esto se observa en las rutas de la provincia de Buenos Aires. Existen allí los carteles comunes que transmiten normas, ta­les como "velocidad máxima 80 km/h" o "reduzca la velocidad"; pero cada tanto otro cartel dice "atienda las indicaciones de las señales". Este cartel expresa una metanorma, y está expresada en un metalenguaje, en un nivel superior al de los carteles comunes, cuyas indicaciones se exhorta a cumplir.

En un sentido más común (aunque tal vez algo más polémico) podría afirmarse que las normas que establecen métodos para crear o modificar otras normas

(las de la Constitución que rigen el funcionamiento del Congreso, por ejemplo, o las del Código Civil que rigen la formación de los contratos) son también normas de segundo nivel, expresadas en una suerte de metalenguaje prescriptivo.

b) Metalenguaje descriptivo. Hans Kelsen llamaba normas a las disposiciones emanadas del legislador (o de la costumbre) y enunciados jurídicos a las descripciones que de las mismas normas hacen los juristas. Si el Congreso sanciona una ley que dice, por ejemplo, “quien mate a otro será reprimido con prisión o reclusión de ocho a veinticinco años”, esta expresión lingüística será una norma, expresada en lenguaje objeto. Si un profesor de derecho penal repite lo mismo (aunque lo diga con las mismas palabras), estará expresando un enunciado jurídico: él mismo no pretende imponer la ley, ya que no tiene atribuciones para ello, sólo busca describirla con independencia de que el mismo profesor la considere justa o no.

La ciencia del derecho aparece, pues, como un metalenguaje descriptivo de normas. En la medida en que los juristas son quienes identifican las normas válidas de un sistema (a través de ciertos criterios de reconocimiento, tales como haber sido dictadas por cierto legislador, deducirse de otras normas válidas, etc.), podría afirmarse que el mismo concepto de validez" pertenece al metalenguaje.

Esta idea permitiría hasta cierto punto trazar en el ámbito normativo un paralelo de la paradoja del mentiroso, que podría llamarse "paradoja del invalidante". Supongamos que una ley cualquiera incluyese un artículo con el siguiente texto: "La presente ley no debe considerarse válida". En tal caso la validez de la ley traería aparejada su invalidez".

Los niveles de lenguaje como escalera hacia el vacío

Volviendo al tema genérico del lenguaje. hemos advertido ya que quien se refiere al lenguaje se sitúa en el plano del metalenguaje. Cada vez que alguien critica el modo de expresarse ajeno, esta crítica es dirigida desde el terreno metalingüístico. Otro tanto ocurre con quien nos critica por el uso de palabrotas. ( o nos elogia por no utilizarlas).

Del mismo modo, los enunciados que integran la semiótica o la lingüística forman parte de un metalenguaje, ya que se refieren a los lenguajes objeto. Y las proposiciones que figuran en estos apuntes acerca de la semiótica y de la ligüística toman a su vez como objeto esos mismos enunciados del metalenguaje. En consecuencia, lo que aquí se dice forma parte de un me­talenguaje de segundo nivel, ya que se refiere a un metalenguaje de primer nivel (la semiótica) que habla acerca de su propio lenguaje objeto.

Lo curioso del caso es que el último enunciado del párrafo anterior, que afirma que los demás enunciados sobre la semiótica corresponden a un me­talenguaje de segundo nivel, se expresa a su vez en un metalenguaje de ter­cer nivel (puesto que habla acerca del segundo). Y esto que acaba de leerse, ¿no corresponde acaso al cuarto nivel? Más vale que nos detengamos aquí, porque tenemos ante nosotros una serie infinita de peldaños ascendentes y no vale la pena exponernos inútilmente al vértigo.

Extraído de http://www.geocities.com/apuntesyejercicios/Semiotica.htm

1 comentario:

Frank dijo...

Todo bien, pero si no sabemos nada de la puta adbitrariedad del signo linguístico, tamo en el horno