jueves, 25 de junio de 2009

Función del padre y escritura

No es sin cierta aprehensión que me propongo poner a consideración de ustedes algunas reflexiones que hago sobre el proceso de creación literaria, sobretodo teniendo en cuenta que estoy escribiendo a ustedes como psicoanalista.

Se supone que, entonces, desde éste lugar ustedes esperan que se les transmita cierto saber.

La recepción de lo que yo diga, en ustedes inaugura dos lugares. Un lugar de Sujeto-Supuesto-Saber, el que yo ocupo, que luego de un cierto trabajo de elaboración desarrolla una exposición, y otro sitio, que es el lugar que sostiene aquél que ha decidido escuchar, leer, recibir esa información y esa experiencia.

Toda situación de este tipo, en donde se reproducen estos lugares, nos remite inconcientemente a experiencias anteriores, habitualmente infantiles y en este caso particular centrada en la relación ambivalente entre padre e hijo.

Esta relación padre-hijo, punto esencial de la teoría psicoanalítica, conlleva emociones importantes en los protagonistas.

Desde el lado de la persona que transmite su experiencia, su saber, es decir, que está ubicado en el lugar del padre, un fuerte deseo de complacer, de dar respuesta satisfactoria, de ajustarse, a lo que él supone es la demanda de los que escuchan. Pero no siempre. También puede desear simplemente ser reconocido o imponerse como autoridad para afirmarse en su autoestima.

Desde los lectores puede prevalecer un sentimiento de curiosidad y de expectativa acerca del material que van a conocer y del personaje que hace la exposición.

Pero también, y esto ya en forma individual, cada persona, una por una, va a aproximarse con un determinado prejuicio, con una valoración anticipada, o con una tendencia, que puede ser o no consciente, según el lugar que ocupa él mismo en su relación frente al padre.
Frente a su padre verdadero.

Ahora bien, este padre verdadero nos remite inconscientemente a un padre mitológico que cumple una función estructurante en la formación de la personalidad.

A esta función la denominamos, los psicoanalistas, nombre-del-padre.

El padre es ante todo una verdad casi sagrada de la cual no hay nada en la realidad que vivimos que nos indique su función, pues es ante todo una verdad inconciente.

Por eso su función ha surgido en el psicoanálisis a través de una elaboración y un estudio de los mitos y atraviesa de cabo a rabo toda la obra de Freud.

El “nombre-del-padre” cumple su función como término reprimido, como algo en lo que no pensamos habitualmente, es decir como lo que los psicoanalistas definimos como padre muerto y es ahí en donde la función paterna se engancha al concepto de destino.
Concepto por otra parte muy trabajado en literatura.

Si el “nombre-del-padre” es un concepto fundamental del psicoanálisis es porque en todos los casos las personas se aproximan al psicoanalista buscando en esa escucha singular que se le atribuye el movimiento que rige su destino, aquello que comanda o dirige su devenir.

Se dirigen a un padre (sin saberlo) para interrogarle sobre su destino.
Aquí aparece la singularidad. La importancia de la singularidad, que marca la diferencia de cada uno con un otro cualquiera, hace que cada demanda sea específica y absolutamente personal al igual que los sentimientos y emociones que las relaciones entre las personas suscitan.

Para el psicoanálisis se trata entonces de escuchar a una persona singular y captar el deseo inconsciente de esa persona en lo que tiene de específico dentro del marco general de la lógica que establece su particular tránsito por el Complejo de Edipo, el Nombre-del-padre, la singularidad, y el deseo inconsciente.

El deseo inconsciente le llega a cada sujeto como un mensaje de lenguaje que parte de un lugar que denominamos Otro.(con mayúsculas).
Por eso el deseo de cada sujeto es el deseo del Otro.

Entre el sujeto y el Otro no hay relación directa, sino que existe un intermediario que es el lenguaje.
Entre la persona y su deseo solo podemos encontrar el lenguaje.

La mediación del lenguaje produce una suerte de deformación lo cual hace vivir al sujeto separado de su objeto de deseo, al que siente como perdido, como extraviado.

Ese objeto perdido, que antiguamente fue forjado a costa del amor a la madre, es lo que los psicoanalistas denominamos objeto “a”, que funciona como la causa de los deseos, y el soporte de las fantasías de cada uno, que son el vehículo para relacionarse a ese objeto.
Solo con esas fantasías nos relacionamos con el objeto deseado.

Ahora bien, cada sujeto vive como una amenaza, generalmente desde la figura del padre, o sus representantes, investidos con esa autoridad, la posibilidad de llevar adelante sus deseos mas radicales, porque este padre, imbuido de la ley que le otorga su jerarquía y que simbolizara Freud, hacia el final de su vida en Moisés, es el encargado de limitar el deseo humano.

Hay cosas que el sujeto puede hacer y otras que no, y la amenaza de castración (simbólica) es el concepto que establece la modalidad en que cada persona se ubica frente a la ley paterna. (Estado o autoridad)

Hay modos neuróticos, hay modos perversos y hay modalidades muy locas de relacionarse a la ley.

Saltarse la ley del padre significa entrar en la posibilidad de un tipo de satisfacción marginal, clandestina, misteriosa, e ilegal que implica la destrucción del “nombre-del-padre” como metáfora reguladora de esa legalidad, e incorporarse a eso que denominamos trasgresión.

Esa satisfacción ilegal o para-legal, mórbida, es lo que en psicoanálisis denominamos goce. Diferente y si se quiere opuesto a placer.

De lo que se trata en esos casos es de gozar sin límites de una madre o de sus metáforas a espaldas de la legalidad paterna.

El goce está marcado mortalmente por la pulsión diabólica de destrucción.
De ahí que todo intento de transgredir la ley paterna conlleva sentimientos de culpabilidad que pueden expresarse conciente o inconcientemente atacando sintomáticamente a la propia persona.

Todas las enfermedades llamadas psicosomáticas tienen ese origen, y muy probablemente algunas otras que suelen adjudicarse a otras causas, pero también la depresión y toda forma destructiva o autodestructiva que el hombre pueda inventar.

Además, la pulsión de muerte posee una característica que le es propia.
La repetición. La insistencia de la pulsión de muerte es de tal naturaleza que no deja de reaparecer hasta acabar de alguna manera, cualquier manera, con el sujeto.

Mi intención al desarrollar estos conceptos psicoanalíticos, tiene la pretensión de que lo que voy a deciros sobre literatura sea más comprensible.

Para el psicoanálisis, la literatura es un síntoma.
Otros, piensan que es una enfermedad.

Pero antes de hablarles de esto quiero aclararles una cosa básica.
No creo que la investigación psicoanalítica pueda tocar y desmenuzar la esencia misma de la sublimación creativa.
Pienso que los problemas que nos plantea el don, el talento, el genio, etc, escapan a mi disciplina e incluso a la estética.

En la exposición que realicé el curso pasado en el Ateneo de Madrid con ocasión de las jornadas sobre Literatura y Psicoanálisis, decía, siguiendo el pensamiento de Lacán, que el psicoanálisis solo podía inventar a partir de ubicarse en lo que él definía como litoral.

Ese borde o margen que se encuentra a medio camino entre el goce y el saber y que me permite aproximarme al “decir” de un escritor.

La escritura es un síntoma de que algo no anda en el sujeto, algo no cuadra, algo no funciona bien.

El sujeto puede sentir insatisfacción, extrañeza, angustia, perplejidad y un largo rosario de emociones que vienen a manifestar en lo esencial que hay algo por decir, algo que pugna por ser dicho, pero que no encuentra las vías adecuadas, las palabras, la forma tal vez, de ser expresadas.

Y esto, en cada caso, en su singularidad radical, marcado por su historia personal y no por la genética.

El problema, como adivinarán, está situado entre el sujeto y su objeto.
Exactamente en el nivel del lenguaje, que es el que actúa de mediador.

Por esta situación de estructura el proceso de escribir extrae de su origen mismo un carácter dramático que no pierde nunca.
Dramático no quiere decir negativo, sino fundamentalmente necesitado de representación, ya que el escritor es un ser con una gran capacidad imaginativa.

La creación literaria en si misma existe por el pasaje al acto de escribir.
Y esto no es igual en todas las personas.

¿Que es lo que vuelve el acto de escribir un acto necesario, una exigencia vital, mientras que otros, muchos, se contentan con sus ensueños, sin buscar ofrecer a otros su producción?

Si algunos deben recurrir a una operación suplementaria para resolver algunas de las situaciones de conflictividad interior, hay que pensar que se debe a una diferencia en su sistema de elaboración, paradójicamente a un fracaso relativo de su vida imaginaria.

Todo sucede como si el artista, capaz de desarrollar una capacidad imaginativa particularmente bien desarrollada, no fuese capaz de utilizarla eficazmente para lograr la integración de los diferentes aspectos que configuran su yo y a éste con el medio social.

Su esfuerzo, y esto es una hipótesis, fracasa en parte porque en la situación crítica en la que se encuentra, reacciona con una proliferación de imágenes que lo invaden y lo desbordan.

En lugar de restablecer su integridad subjetiva, esta acumulación de fantasmas lo sumerge en una nueva situación angustiante y le genera una sensación de impotencia, de implosión, que solo puede disminuir por el acto de escribir.

El espíritu creativo se ve amenazado por el sistema que debía protegerlo como sujeto, y la inspiración es el resultado de la combinación entre el desbordamiento imaginativo y la necesidad de restablecer el equilibrio psíquico por el desorden que esa situación genera.

Su sistema de adaptación corre constantemente el riesgo de fracasar y por eso está expuesto, tal vez más que cualquiera, a las situaciones conflictivas, de las que huye refugiándose principalmente en la soledad.
El otro no le sirve. Casi siempre es una molestia añadida.

Estos elementos de la teoría psicoanalítica, que estamos viendo, podemos intentar aplicarlos a los escritores, con la prudencia y las limitaciones que les señalé.
Para ello es necesario además de dominar e interesarse por el conocimiento del ser humano, adentrarse lo máximo posible, en su obra y en su vida.

Aunque se trate de una relación a textos y no al sujeto, podemos aproximarnos para comprender las causas que están en la base de la creación literaria.

extraído de http://blogs.periodistadigital.com/eldivan.php?p=2848&more=1&page=2

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