jueves, 25 de junio de 2009

Lugar del padre en Psicoanális

Lugar del padre en Psicoanális

El significante del Nombre-del-Padre, en tanto opera la metáfora, es el punto de capitón que detiene el deslizamiento de la significación y que retrotrae el orden de la significación a la significación fálica. La sustitución del deseo de la madre por el significante del Nombre-del-Padre es indispensable para que la función del falo, se cumpla. Esa función es una significación que dá su marca al deseo, tanto para el hombre como para la mujer. La significación fálica otorga el sentimiento de estar vivo, ausente en las psicosis. Lacan definirá a las psicosis como efecto de un defecto: Las psicosis son el efecto de la falta del significante del Nombre-del-Padre. La carencia de ese significante en el Otro explica por diferencia de estructura a las psicosis, respecto de las neurosis.

21-05-2007 - Por Amelia Haydée Imbriano




¿Qué es el padre en la época de la obra de Lacan?

Más precisamente, ¿de qué padre trata en el esquema R [1]?

Se trata allí del Padre en tanto significante. Del Padre como significante de la ley en el Otro. Del Padre simbólico. Un significante que pertenece al Otro.[2] “La atribución de la procreación del padre no puede ser efecto sino de un puro significante, de un conocimiento no del padre real, sino de lo que la religión nos ha enseñado a invocar como el Nombre-del-Padre... el Padre simbólico en cuanto que significa esa ley es por cierto, el Padre muerto”.[3]

Se trata del padre como significante privilegiado en el Otro, Padre muerto en tanto significante, en tanto Nombre-del-Padre. Lacan postula entonces la metáfora paterna como sustitución del significante del Deseo de la Madre, por el significante que adviene en Nombre-del-Padre, “o sea la metáfora que sustituye este Nombre en el lugar primeramente simbolizado por la operación de la ausencia de la madre”.[4]

El enunciado “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” remite a un campo que el psicoanálisis descubre organizado alrededor de una verdad encerrada en la función totémica.

Reconsideraremos la función del padre, en tanto que el haber adquirido el significante de el Nombre-del-Padre ese esencial para la constitución del sujeto. Este significante nos revela que más allá del otro, es necesario que exista lo que da fundamento a la ley.

Para articular el Nombre-del-Padre, en cuanto puede ocasionalmente faltar, con el padre cuya presencia efectiva no es siempre necesaria como para que no falte, introduciremos la expresión “metáfora paterna”. La función propia significante la pone en evidencia. Entonces, debe leerse como metáfora del padre, ubicándose en el campo de la sustitución, por lo tanto sustitución del padre: padre sustituido.

El padre sustituido es el padre en lo real, es el padre muerto en el origen. El padre metáfora es el padre función de discurso, función de habla. Pero no porque hable, sino porque desde esta función es efecto de significante.

Aclararemos esta problemática refiriéndonos a algunos aspectos de la hipótesis freudiana de Tótem y tabú. La respuesta de Freud a la cuestión del padre puede resultar asombrosa, ya que contesta que lo que asegura, en el grupo social, la prohibición del incesto, es el padre muerto. La función del padre en Tótem y tabú es el padre muerto.

Freud conecta la prohibición del incesto universal con el totemismo: los distintos totems dentro del grupo social cumplen la función de resguardar la prohibición del incesto. En el capítulo IV sostiene la idea respecto de la relación de la prohibición del incesto y la muerte del padre. El punto de partida es un libro de Robertson Smith sobre la religión de los semitas, donde el autor expone la opinión de que una comida totémica formaba parte de los rituales del totemismo. Por medio de un conjunto de inducciones y deducciones, Freud constituye una hipótesis: tal comida, que reunía a los miembros del clan, se originaba en rituales primitivos de sacrificios de animales a los que se agregaba su comida. El banquete en común estrechaba las relaciones de los miembros del clan. Por lo demás, se mata primero al animal, luego se lo llora, y después el acto de su devoración se constituye en una fiesta. Todo el ritual representa un pasaje de lo profano a lo sagrado, de lo individual a lo comunitario: lo prohibido al individuo (la devoración del animal totémico) está permitido a la reunión grupal. Cabe preguntar: ¿a quién representa el animal que está en juego en el ritual? Ese animal muerto, y llorado, contesta Freud, no puede ser otro sino el padre.

Lo interesante es el modo en que Freud llega a esta conclusión. Lo hace comparando los datos de Smith con los datos de la clínica: la observación de las fobias infantiles en donde el animal temido simboliza al padre. Freud opera una superposición de discursos, el antropológico con el psicoanalítico: de la fiesta a la fobia.

Para sostener esta conexión es preciso relacionarla con la hipótesis darwiniana del estado primitivo, en horda salvaje, de la sociedad humana: en el comienzo la sociedad estaba constituida por una horda dominada por el padre, el único que tenía acceso a las mujeres; la dominación de este macho poderoso despierta el odio de los hermanos, quienes se conjuran para matar al padre y apoderarse de las mujeres. Consumado el acto, el crimen del padre, las mujeres del grupo están igualmente prohibidas para los hombres del mismo grupo, o sea, que no dejan de observar la ley de la prohibición. Para Freud, las razones que permiten dar cuenta de ese pasaje, de esa transformación donde el resultado no coincide con el móvil, no es otro que la culpa. Una vez muerto el padre, satisfechos los sentimientos hostiles y el odio, surge el amor. El resultado de esta ambivalencia posterior es el sentimiento de culpa. El asesinato del padre que debía haber conducido a la apropiación de las mujeres, culmina en lo contrario. La culpa se alimenta de la obediencia al padre después de la muerte, obediencia retrospectiva. La muerte reasegura así la norma social, padre muerto asesinado que aparece en el seno del discurso mítico.

Es pues, entre el significante del nombre propio de un hombre y el que lo cancela metafóricamente, donde se produce la chispa “poética” (creación de sentido) tanto más eficaz para realizar la significación de la paternidad cuanto que reproduce el acontecimiento mítico en el que Freud reconstruyó la andadura, en el inconsciente de todo hombre, del misterio paterno. La función propia significante pone en evidencia lo que Lacan denomina metáfora paterna, o padre efecto de significante.

La metáfora paterna implica algo a lo que no se puede acceder: la madre en tanto que mujer vedada.

Se podría pensar que es obscena y feroz la figura del padre primordial que inagotablemente no se redime en el eterno enceguecimiento de Edipo, pero es a las mismas necesidades del mito a las que responde esa imperiosa proliferación de creaciones simbólicas particulares en las que se motivan los neuróticos.

La metáfora paterna es lo que constituye como metáfora del padre muerto el Nombre-del-Padre, el lugar simbólico articulador, asegurando en esta articulación el pasaje del sujeto a la exogamia.

La constitución de la primera realidad se realiza sobre el eje de la relación primordial del niño con su madre. Se constituye el principio de realidad por cuanto entra en juego el significante. Aún antes de la adquisición del lenguaje en el plano motor hay, desde las primeras relaciones del niño con el objeto maternal, un proceso de simbolización. Apenas un niño puede oponer dos fonemas, ya hay cuatro elementos: los dos fonemas, quien los pronuncia y aquél a quien van dirigidos (el niño no los entiende, pero sabe que le atañen), que contienen la combinatoria de donde surgirá la organización significante.

De hecho, el niño se interesa primero por toda clase de objetos, antes de hacer esa experiencia privilegiada que Lacan denominó “estadío del espejo”. Este implica la apertura de dos posibilidades:

Situación del falo en tanto objeto imaginario (con el que el niño se identifica para satisfacer el deseo de la madre)

Cristalización del yo bajo la forma de imagen del cuerpo.

A partir de esta referencia imaginaria el niño se orienta en una serie de identificaciones que utilizan a lo imaginario como significante. Búsqueda titubeante al comienzo, luego búsqueda en la dirección de lo simbólico, donde el yo se hace elemento significante y no solo elemento imaginario, y que conduce, en el nivel paterno, a esa identificación que se llama ideal del yo, y en esto intervendrá el significante del Nombre-del-Padre.

Todo esto implica un proceso que se reconsidera por la conceptualización lacaniana como los tres tiempos lógicos edipianos.

En el primer tiempo la metáfora paterna actúa “de por sí” por cuanto la primacía del falo es instaurada en la cultura. La existencia de un padre simbólico no depende del hecho de que en una cultura se haya reconocido la relación entre coito y alumbramiento, sino de que haya o no algo que responda a esa función definida como Nombre-del-Padre. El niño intenta identificarse con lo que es el objeto del deseo de la madre. En el deseo de la madre se perfila el objeto predominante del orden simbólico: el falo. Para agradar a la madre es preciso y suficiente con ser el falo. Por eso el niño está en una relación de espejismo: lee la satisfacción de sus deseos en los movimientos esbozados de la madre y así se encuentra comprometido en una relación de engaños con su madre. Para el niño, el falo es el centro del deseo de la madre y él se coloca en diferentes posiciones por las que puede engañar ese deseo. Puede identificarse con la madre, con el falo, con la madre como portadora del falo o pretenderse él mismo portador del falo. Le atestigua a ella que puede colmarla, no solo como niño, sino por lo que le falta. El será, como totalidad, la metonimia de ese falo.

En este primer tiempo el niño está en relación con el deseo de la madre, es deseo de deseo. El objeto de ese deseo es el falo. Es en la madre donde se planteará la cuestión del falo y donde el niño debe descubrirla. Este tiempo no tiene otro medio de satisfacción que llegar al lugar del objeto del deseo de la madre. En este estadío el yo no se ve forzado a designarse como tal en el discurso, para ser el soporte de ese discurso. Para coincidir con el objeto del deseo de la madre basta con que ese yo de la madre se convierta en el otro del niño, que el niño renuncie a su propia palabra y reciba, en el nivel metonímico, el mensaje en bruto del deseo maternal.

En este primer tiempo, la metáfora paterna actúa “de por sí”, gestión que posibilita al niño ocupar un lugar de valor fálico para una madre y a ésta desear al niño en tanto que falo. Alude a un deseo materno que ha devenido tal en tanto elaboración del Complejo de Edipo en la mujer (tal como lo teorizara Freud), cuya resolución posibilita el armado de la significación fálica a través de una ecuación que otorga al niño un valor fálico (entre otros términos que componen la premisa universal fálica). Es en la madre como función donde el sujeto se encuentra con el significante, no con el código de la madre, sino con el lugar del Otro que la madre encarna. Esto demuestra que el lenguaje siempre viene del Otro. El sujeto se encuentra, más que con la madre, con el significante en la madre. En tanto ella encarna al Otro, el sujeto puede tener la ilusión de una relación intersubjetiva, cuando con lo que se encuentra es con la alteridad del significante.

En el segundo tiempo el padre interviene privando al niño del objeto de su deseo y a la madre de su objeto fálico. Es el padre interdictor, omnipotente. El padre que prohíbe a la madre su objeto. “Hay una sustitución de la demanda del sujeto: al dirigirse hacia el otro, he aquí que encuentra al Otro, su ley. El deseo de cada uno está sometido a la ley del deseo del Otro”.[5] El padre interviene efectivamente como privador de la madre, en un doble sentido: en tanto priva al niño del objeto de su deseo y en tanto priva a la madre del objeto fálico. Diremos que dice “no” al goce de la madre en el doble sentido que articula la proposición: “no te acostarás con tu madre, no reintegrarás tu producto”. Este padre interdictor aparece desde el discurso de la madre, interviene a título de mensaje para la madre y por lo tanto para el niño, a título de mensaje sobre un mensaje: una prohibición, un “no”. El padre se manifiesta en tanto otro y el niño es profundamente sacudido en su posición de sujeción: el objeto del deseo de la madre es cuestionado por la interdicción paterna.

En este tiempo el padre real releva al padre simbólico, el padre simbólico debe encarnarse, aunque imperfectamente, en el padre real. Por ello ocupa una función decisiva en la castración, siempre marcada por su intervención o desequilibrada por su ausencia. Este tiempo constituye la crisis esencial por medio de la cual el sujeto encuentra su lugar en el Edipo: para que el sujeto alcance la madurez genital tiene que haber sido castrado.

En el tercer tiempo el padre interviene como aquel que tiene el falo y no que es el falo. Reinstaura el falo como objeto deseado de la madre y ya no como objeto del que puede privarla como padre omnipotente. El padre es, entonces, más preferido que la madre y esta identificación culmina en el Ideal del Yo. El padre aparece como permisivo y donador.[6] De esta lógica depende la declinación edipiana. La metáfora paterna culmina en este tiempo en la institución de algo que es del orden del significante (un significante viene en lugar de otro significante).

El sujeto abandona el complejo de Edipo provisto de un Ideal del yo. Se trata de una identificación distinta a la del Yo ideal, a la de la imagen constitutiva del estadío del espejo. Se trata de la asunción de la masculinidad o de la feminidad, mientras que la identificación correspondiente al estadío del espejo, no se realiza con relación a la diferencia de los sexos. Se trata, en el esquema R, del Padre en tanto interviene en el complejo de Edipo: el padre simbólico, el padre en cuanto significante.[7]

El padre simbólico es una metáfora y como tal se sustituye a otro significante es decir a un significante primordial, esto es el significante maternal, el deseo de la madre.[8]

El Nombre-del-Padre se sustituye al deseo de la madre dando como resultado el sujeto articulado al Otro y al falo.

La metáfora paterna muestra que el significado del sujeto está ligado al deseo de la madre. Se trata de la madre del fort-da, la madre simbólica. El ir y venir de la madre, su ausencia provoca en el sujeto la pregunta por su deseo. ¿Qué quiere ella?

Esta pregunta se formula en el sujeto siempre y cuando esté claro que ella quiere otra cosa que a él mismo, y sus ausencias dan cuenta de ello. El significado de las idas y venidas de la madre es el falo, razón del deseo de la madre. Algo más allá del hijo. Pero para que esto sea posible es necesario que el deseo de la madre sea sustituido por el significante del Nombre-del-Padre. El padre no como aquel que es el falo sino como el que tiene el falo. Como decíamos antes, como aquel hacia quien está orientado el deseo de la madre. Como la razón de ese deseo. El Nombre-del-Padre, entonces, en la metáfora paterna es un significante. Es el significante de la ley en el Otro. Significante privilegiado perteneciente al Otro como campo de los significantes.

Se trata de un significante y de una función, no de la presencia real de un padre. Se trata de que exista en el orden simbólico un significante que responda a la función definida por el Nombre-del-Padre. Función que bien puede ser atribuida a otro significante, un tótem, por ejemplo, como ocurre en culturas primitivas.[9]

La metáfora paterna, el significante del Nombre-del-Padre como significante de la ley en el Otro, es una novedad introducida por Lacan en el psicoanálisis: introduce el padre como significante.

El significante del Nombre-del-Padre, en tanto opera la metáfora, es el punto de capitón que detiene el deslizamiento de la significación y que retrotrae el orden de la significación a la significación fálica.

La sustitución del deseo de la madre por el significante del Nombre-del-Padre es indispensable para que la función del falo, se cumpla. Esa función es una significación que dá su marca al deseo, tanto para el hombre como para la mujer. La significación fálica otorga el sentimiento de estar vivo, ausente en las psicosis.

La inscripción del falo sostiene la referencia al Otro, el lugar del Otro.

En la metáfora paterna el lugar del Otro está en posición de significante del Otro y el significante falo en posición de significado, bajo la barra. Es la primera interpretación del sujeto, la interpretación del deseo de la madre.

La metáfora paterna permite introducir una función que se aplica al conjunto ordenado por el Nombre-del-Padre produciendo una significación (significación el goce) y un significante, el falo. El problema consiste en cómo hacer funcionar lo que Lacan llamó metáfora delirante sin la función del paréntesis que introduce la metáfora paterna. El padre no operaba en su función y el desencadenamiento se produce cuando la función que está vacía, y debe estarlo, es ocupada por Un-padre. El vacío de la función por ende es ocupado. En la escritura lógica de Frege una función se define siempre como un argumento vacío, como un lugar que permite mantener vacío el predicado. La ocupación de dicha función produce su ruptura y una oposición. Por lo tanto, no hay término que ordene el conjunto, sino más bien un goce que se opondrá al funcionamiento significante y que producirá un lugar externo.

Desde esta conceptualización que toma su punto de partida en Freud, situando desde allí la primacía de lo simbólico y que concluye en ese enorme instrumento teórico que es la metáfora paterna, Lacan definirá a las psicosis como efecto de un defecto: Las psicosis son el efecto de la falta del significante del Nombre-del-Padre, lo cual produce la ausencia de significación fálica en el sujeto. La carencia de ese significante en el Otro explica por diferencia de estructura a las psicosis, respecto de las neurosis. En esta etapa de la enseñanza de Lacan, la forclusión del significante de la ley en el Otro, la no pertenencia del significante del Nombre-del-Padre al conjunto del Otro, causa la psicosis, mientras que las neurosis estarán fundadas en la represión primaria.[10] Esta concepción se sostiene en el modelo del Edipo freudiano. El Nombre-del-Padre articula Edipo y castración, y es postulado como un significante del Otro, que puede faltar, en el caso de las psicosis. Esta diferencia de estructuras desaparece al postular Lacan una falla de estructura, dirá: “la psicosis es la estructura”.

Hacia el final de su enseñanza, Lacan generaliza la forclusión como el significante que falta por estructura para cifrar la relación sexual, la proporción entre el goce de los sexos. A la vez redefine lo simbólico y conceptualiza de un modo nuevo la función del Nombre-del-Padre.

La nueva definición de lo simbólico, que está a la base del nuevo concepto de síntoma como modo de gozar del inconsciente, conlleva el cambio de estatuto del Nombre-del-Padre[11]. Ya no un significante del Otro, como ley, sino un síntoma, una función de excepción que hace agujero[12], una existencia, un agujero que anuda.[13] Ese agujero es el modo en que el significante muerde lo real, “lo agujerea”.

El padre como excepción ocupa el lugar de “Soy lo que soy”, un innombrable, “eso es un agujero”[14]. Es necesario lo simbólico para que el Nombre-del-Padre ex-sista, y se conceptualiza al Nombre-del-Padre en referencia al anudamiento borromeo de Real, Imaginario y Simbólico, “no es nada distinto que el nudo”.[15] El Nombre-del-Padre, no es conceptualizado como un significante del Otro, sino como un agujero que anuda.[16]

La referencia al padre del totemismo freudiano alude a un padre muerto en el origen. Es decir, en el inicio el padre está muerto. Que el padre esté muerto quiere decir que no hay garantía de verdad para el sujeto. La muerte del padre implica que no se lo puede matar y eso es lo central de la referencia freudiana: considerar una falta en el origen.

El Nombre-del-Padre tiene valor de nombre y tiene la propiedad de hacer aparecer a otro significante como faltante y así pone de manifiesto la función del –1 que compone la cadena significante. Podríamos decir que es el vacío de la cadena lo que hace que la cadena, como toda cadena, implique una dimensión discreta, esto es que su articulación opere en función de una falta. No se trata de la falta de un significante de una lengua, para decirlo de algún modo, no es un significante pronunciable el que falta, sino que es un –1 con relación al conjunto de los significantes.

El matema S(A/) indica que en el Otro, lugar del significante, falta un significante y es por ello que un sujeto puede ser representado por un significante; es porque falta un significante que los otros pueden representar.

Lacan sostiene simultáneamente que falta un significante y que la batería significante está completa. Se trata de la operación de un significante impronunciable, pero que se puede calcular, operación que se advierte fundamentalmente cuando se pronuncia un nombre propio.

En el nombre propio el enunciado se iguala a la significación; se trata de un fenómeno de código que remite a código. El nombre propio no remite a otro significante, sino a sí mismo. Si el enunciado se iguala a la significación estamos en la misma situación que las matemáticas enfrentan respecto a la raíz cuadrada de un número negativo, que se resuelve apelando a los números imaginarios. Esto es lo que se produce cada vez que un nombre es pronunciado, es la operación del –1, como tal impronunciable. El –1 opera cada vez que algo es enunciado, lo que demuestra que la significación completa y acabada es un imposible que se resuelve por un imaginario. Lo imaginario sutura la falta que hay en el Otro. Pero, si en lo imaginario el sujeto cree tener una existencia, sabemos que más allá se le plantea la pregunta: ¿qué soy como sujeto? No hay Otro del Otro que garantice la existencia. La respuesta no se puede pedir al “je”, mera instancia lingüística. Tampoco al Otro ya que habría que probar que existe para que pueda probar la existencia. Estamos frente a la evidencia de aquello que escapa siempre a la significación: el objeto “a”. Lo que escapa siempre a la significación es el objeto causa. El sujeto sólo podría hacer existir al Otro si pudiera aportarle ese objeto para que goce.

El valor del nombre es dado por la marca que queda del borramiento del goce y no por una significación. El nombre es una traza impresa, no se traduce, y sólo permite localizar el referente. El nombre no hace cadena. Es letra que cava un agujero en lo real al tiempo que opera una anulación del sentido. El nombre, tanto el nombre propio como el nombre común, designa. En terminología de Kripke, el nombre es un designador rígido, válido en todo universo de discurso. El nombre anula el sentido. Sólo importa el referente. El nombre es traza que bordea un agujero, causa de una exclusión de goce. No es el sentido sino la designación lo que allí cuenta. El nombre es signo, no palabra. La nominación es, por ésta vía, nominación de lo simbólico. Lacan equipara la función del síntoma a la función del Nombre-del-Padre y al pluralizar los nombres del padre, equipara la característica del nombre propio al nombre común. Función de nominación de lo simbólico. Incidencia de lo simbólico en lo real, que hace agujero y al tiempo anuda real, imaginario y simbólico. El padre como nombrante otorga, dona, un nombre[17]. “El Nombre-del-Padre es lo que hace nudo”.[18]

Tanto el nombre como el síntoma están hechos de un S1 que no hace cadena, homología de la función del síntoma con el nombre. La característica esencial del nombre es no estar articulado a una significación. El nombre es letra que fija el goce, el nombre opera un borramiento del goce. Eso hace nudo.[19]

La única garantía para que la función del Nombre-del-Padre se cumpla, es la “pere-versión” (versión hacia el padre vía el amor)[20]. Se distingue, así, entre la función del Nombre-del-Padre que debe quedar vacía y la “pere-versión”, que es la única garantía de que esa función se cumpla.

La función del padre, vía la “pere-versión”, origina la inscripción de un primer significante S1 con función de representación: significante que representa al sujeto para otro significante. A la vez, extrae el objeto que tomará el lugar de plus de goce. Momento inaugural del discurso inconsciente. Momento inaugural de la constitución del sujeto en tanto que neurótico.

La “pere-versión” causa una elucubración de saber en tanto que el padre es una creencia, causa un S2, pero para que subsista el Nombre-del-Padre como función de excepción nadie debe ocupar su lugar. El padre es un síntoma.[21]

Para que la función del Nombre-del-Padre se cumpla, es necesario que una existencia cualquiera esté afectada por la excepción, es decir que no sea uno como los otros. Es necesario alguien, un existente, uno cualquiera que haga excepción. Es decir que sea modelo, que ejemplifique la función de excepción. Es necesario que alguien, un fulano, pueda inscribirse en el lugar del síntoma.[22]

La “per-versión”, el amor dirigido al padre como a aquél que ha hecho de una mujer la causa de su deseo robándose el goce, hace existir el Nombre-del-Padre, por el amor que a él se dirige. Se inscribe así un modo de sintomatización de la función del Uno contingente. La pere-versión es modelo de la función de excepción. El amor que se puede calificar de eterno, es lo que se relaciona con la función del padre, que se dirige a él en nombre de que el padre es el portador de la castración.

Un padre no tiene derecho al respeto sino al amor perversamente orientado, es decir, hace de una mujer objeto “a” minúscula, que causa su deseo. Pero de lo que ella se ocupa es de otros objetos “a” que son sus hijos, junto a los cuales el padre interviene excepcionalmente en el buen caso, para mantener en la represión, la versión que le es propia por su pere-versión.[23]

El padre es, entonces, incierto. El neurótico cree allí. En el padre, en el síntoma, se cree. Mientras que el neurótico cree en el padre, en las psicosis otros modos de fijar el goce ocupan ese lugar. El precio es la forclusión de la función el padre y los efectos que provoca.

Eso es lo que debe ser el padre, dice Lacan, en tanto no puede ser más que excepción. Poco importa si tiene síntomas, si añade a ellos el de la pere-versión paterna, es decir, que su causa sea una mujer que él se haya conseguido para hacerle hijos y que a estos les brinde un cuidado paternal.

Nota: este escrito forma parte de la Separata de Las enseñanzas de las psicosis. Editorial Letra Viva. Bs. As. 2003

Referencias

[1] En "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", Lacan introduce el esquema R, en el cual ya no es el eje imaginario el que se interpone entre S y A, incluye imaginario y simbólico. La función del esquema R, es mostrar el ensamble de los registros imaginario, simbólico y real para dar cuenta de la constitución del sujeto.

[2] Giussani, Diana. Algunas consecuencias teóricas…. Ob. Cit.

[3] Lacan, Jacques. De una cuestión preliminar… Ob. Cit.

[4] Lacan, Jacques. Ibid.

[5] Lacan, Jacques. De una cuestión preliminar… Ob. Cit.

[6] Lacan, Jacques. Seminario 5. Las formaciones del inconsciente. Título original: Les formations de l’inconsciente. Publicado en el Bulletin de Psychologie XII/2-3-4, 1958. Transcripción de J. B. Pontalis. Traducción de José Sazbón. Primera edición en cstellano. Ediciones Nueva Visión, 1976. Pág 86 y sigs.

[7] Lacan, Jacques. Las formaciones del inconsciente. Ob. Cit.

[8] Giussani, Diana. Algunas consecuencias….. Ob.cit.

[9] Giussani, Diana. Algunas consecuencias…. Ob. Cit.

[10] Giussani, Diana. Ibid.

[11] Giussani, Diana. Ibid.

[12] Lacan, Jacques. “Létourdit”. 1970. “Lituraterra” en La psicoanalisi. Revista Italiana della Scuola Europea de Psicoanalisi, n.20. Casa Editace Astrolabio, 1996.

[13] Lacan, Jacques. Seminaire R-S-I, en Ornicar? Revue du Champ Freudien n.2-3-4-5. Textos establecidos por J. A. Miller. Navarin. París. 1975.

[14] Lacan, Jacques. El Seminario 23, 1976. (Inédito) Versión de circulación interna de Escuela Freudiana de Buenos Aires, Traducción Rodríguez Ponte. Texto en francés en Ornicar?, Revue du Champ Freudien n.10, texte établi par Jacques Alain Miller, Navarin. Paris. 1977.

[15] Lacan, Jacques. Ibid.

[16] Giussani, Diana. Algunas consecuencias…. Ob. Cit.

[17] Giussani, Diana. Algunas consecuencias…. Ob. Cit.

[18] Lacan, Jacques. El Seminario 22. R.S.I. Ob. Cit.

[19] Giussani, Diana. Algunas consecuencias… Ob. Cit.

[20] Lacan, Jacques. Seminario R-S-I- Ob. Cit.

[21] Lacan, Jacques. Seminario 23. El sinthoma. Ob. Cit.

[22] Laurent, Eric. El modelo y la excepción. Colección Diva. N. 8. 1998, pág. 2

[23] Lacan, Jacques. Seminario 22. Ob. Cit.

Extraído de http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=11442
visita 23 de junio 2009

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